Una representación injusta
Si en la primera parte de este análisis sobre el sistema electoral nos centramos en la ingeniería política que llevan oculta los sistemas electorales, en esta segunda parte nos referiremos a la forma en que un sistema electoral puede deformar la voluntad popular.
Un sistema nada proporcional
Es cierto que ningún sistema electoral es ideal, pero al menos deberíamos exigirle una cualidad: la representación parlamentaria tiene que ajustarse a la votación de los ciudadanos. Tenemos que exigirle proporcionalidad de forma que cuando un partido obtiene el 10% de los votos obtenga en torno al 10% de los escaños.
Al respecto de la proporcionalidad, el sistema electoral español es injusto. El sistema electoral español no consigue una representación justa, como consecuencia del tamaño de las circunscripciones. Así, el primer rasgo que salta a la vista es la desproporción que existe entre los votos que cuesta alcanzar un diputado en las distintas circunscripciones. Mientras en Teruel al PSOE le costó 18,892 votos cada uno de sus dos escaños, en Madrid necesitó 93,452 votos. Y, ya sabemos, los 131,222 votos de UPyD en Madrid sólo le permitieron alcanzar un único escaño, el de Rosa.
A pesar de que la constitución en su artículo 68 habla de criterios de representación proporcional, el tamaño de las circunscripciones introduce un correctivo muy importante a la proporcionalidad del sistema electoral español, convirtiéndolo, de hecho, en mayoritario, porque en las provincias que eligen un número bajo de escaños hace que solamente los dos partidos más importantes alcancen representación. Por este hecho el conjunto de la representación en el parlamento se ve muy distorsionada.
Eliminando la pluralidad : el voto táctico
De todas formas, hay que ser muy cautos con estas cifras porque este mecanismo de distorsión se analiza una vez que los votantes han tomado su decisión. Pero este mecanismo es mucho mayor al tener en cuenta el condicionamiento que la propia ley electoral ejerce sobre los electores, porque los induce a anticipar, ellos mismos, el mecanismo de distorsión, acentuando su fuerza.
Veamos un ejemplo:
Supongamos que un votante tiene como primera opción votar al partido X, pero X parece que es incapaz de conseguir un escaño. En este caso, puede decidirse por un voto "táctico", y vota al partido Y, aunque no lo considera su representante. El motivo para votar a Y es impedir que gane Z, que está más alejado en sus preferencias. Conclusión, un voto de X pasa a Y.
Este trasvase de votos tiene dos consecuencias, la primera política, y la segunda numérica:
- El parlamento pierde representatividad, porque el ciudadano que emite un voto “táctico” deja de estar representado plenamente. El partido Y no lo representa.
- Se produce una concentración del voto en torno a los partidos mayoritarios, lo que refuerza el mecanismo de distorsión.
Así, en provincias donde se reparten tres escaños se provoca una gran concentración de votos en PP y PSOE (en Cuenca se repartieron más del 95% de los votos). Así mismo, en aquellas circunscripciones donde existe un tercer partido fuerte se incrementa la distorsión, al dejar a un numeroso grupo de votantes sin representación ( un 12% de los votantes de Lugo y Orense se quedaron sin representación por votar al BNG).
Deformando la realidad
La concentración de votos en los partidos mayoritarios tiene otro efecto demoledor para los minoritarios: los estudios demoscópicos llegan a la conclusión de que solamente una tercera parte de los votantes de las opciones minoritarias acaban votándolos.
Bajo estas condiciones, se explica el hecho, aparentemente paradójico, de que los partidos minoritarios alcancen sus mejores resultados en aquellos lugares donde es más difícil alcanzar un escaño. La explicación es evidente, si bien Madrid es la circunscripción donde más cuesta alcanzar un escaño, al haber muchos a repartir el sistema se convierte en proporcional, es más fácil alcanzar representación, y el simpatizante de opciones minoritarias no desiste de votarlas.
Por el contrario, en la mayor parte de las provincias, donde los electores saben que sólo tienen opción de escaño dos partidos, se emiten un voto táctico. No votan a lo que quieren, sino que votan contra lo que le desagrada más. No es un voto en positivo es un voto negativo.
A este efecto perverso, que podemos llamar oculto, se añade otro evidente: el reparto de escaños entre los partidos es injusto. El PP y el PSOE están sobrerrepresentados un 9%, unos 28 diputados por encima de su representación proporcional. Por el contrario, UPyD se queda en un 23% de su representación justa e IU no llega al 15%. En cambio el PNV está sobre representado un 43 %.
Necesitamos un sistema que permita controlar a nuestros representantes
Por consiguiente, nuestro sistema electoral no solamente es injusto, sino que induce a la injusticia, al incitar a los ciudadanos a cambiar su voto. Nuestro sistema electoral requiere una reforma en profundidad. Y, como ya sabemos que los sistemas electorales se diseñan en función de los objetivos políticos, tenemos que exigir un sistema electoral que, en vez de reforzar la estructura de los partidos políticos, prime la representación de los ciudadanos, para que puedan controlar a sus representantes.